10 de febrero de 2013

El Dios que habla


Material de trabajo del Itinerario de Renovación 
10 de febrero de 2.013

Los profetas suelen emplear un lenguaje poético, porque no quieren llegar sólo a la “mente” de sus oyentes o lectores, sino sobre todo a su “corazón”: no tratan de “convencer”, sino de “convertir”. La forma poética que más utilizan es la que llamamos “paralelismo”, que consiste en repetir una misma idea con dos frases distintas (p.e.: “no me conocían los expertos en la ley, los pastores se rebelaban contra mi”). Es una manera de conseguir que su mensaje tenga más fuerza

1.     TRABAJAMOS LOS TEXTOS

1)    Jeremías 2,1-2.5-8.10-13

Jeremías recuerda al pueblo sus comienzos: cómo Dios los sacó de Egipto y los condujo por el desierto, y cómo el pueblo estaba entusiasmado con la alianza con Dios, ilusionado como una “novia” en viaje de luna de miel (Jr 2,2). Pero aquel entusiasmo había sido sólo un enamoramiento pasajero: abandonaron a Dios y comenzaron a adorar dioses falsos (“naderías”, v. 5). Incluso los dirigentes religiosos (“pastores”) se olvidaron de Dios: algo que ni siquiera ocurría entre los paganos (vv. 10-11). Es como querer beber agua estancada en aljibes rotos cuando tienes a mano un  manantial de agua fresca (v. 13).

2)    Jeremías 7,1-11

Dios reprocha al pueblo de Jerusalén su religiosidad superficial y supersticiosa. Ante el peligro de los enemigos de Babilonia creen que no les va a suceder nada malo por el hecho de que el templo de Dios esté en su ciudad (Jr 7,4). Pero la alianza con Dios no consiste en llevar a cabo una serie de ritos religiosos, sino en agradar a Dios siendo justos con los más débiles (vv. 5-7). El ser humano no puede engañar a Dios. Para que Israel aprenda definitivamente esta lección, Dios le va a retirar su ayuda: serán derrotados por los babilonios y llevados cautivos al exilio.

3)    Jeremías 31,1-3-4.7-13

Durante casi todo el tiempo que duró su ministerio (prácticamente toda su vida) Jeremías tuvo la penosa tarea de anunciar desgracias a su propio pueblo, consecuencias de haber sido infieles a Dios. Sin embargo, cuando el desastre ya era inevitable, Jeremías cambia de tono y anuncia que, después de ser expulsados de su tierra, Dios mismo será quien recoja a los desterrados y los lleve de nuevo a la tierra que les había dado al principio, cuando los sacó de Egipto (Jr 31,8). Por eso será como un nuevo Éxodo en el que Dios eliminará los obstáculos del camino (31,9). El texto rebosa de alegría porque, a pesar de la infidelidad de Israel, el amor de Dios es “eterno” (v. 3). Dios es como un pastor con su rebaño (v. 10), como un padre con su hijo mayor (31,9). Esta nueva salvación merece proclamarse a los cuatro vientos, a las “naciones” y a las “costas lejanas” (v. 10).

4)    Jeremías 31,31-34

Israel había roto la alianza que Dios había hecho con ellos al sacarlos de Egipto, pero Jeremías anuncia que habrá una alianza nueva y distinta. No estará basada en cumplir unas normas o en llevar una determinada conducta, sino en conocer de verdad a Dios, su amor que perdona los pecados (Jr 31,34). Quien ha conocido a Dios porque ha experimentado su amor perdonador, hace aquello que a Dios le agrada, como si llevara la ley escrita en su interior (31,33).


2.     LA EXPERIENCIA HUMANA

Los profetas predicaron al pueblo de Dios, y casi nunca hablaron a los paganos. Su mensaje tiene valor precisamente para nosotros, los que pertenecemos a la Iglesia, al nuevo pueblo de Dios.

1)    Situación histórica

Cuando habla el profeta Jeremías ya han pasado muchos siglos desde que los hebreos fueron sacados de Egipto y llevados a la tierra de Canaán. Hasta que no terminaron de establecerse no comenzaron a organizarse políticamente, y formaron entonces un reino pequeño pero próspero. Sin embargo, tras los primeros reyes (Saúl, David, Salomón), el reino se dividió y comenzó una serie de luchas fratricidas. El pueblo fue perdiendo su confianza en “el Dios que los había sacado de Egipto” y comenzaron a adorar a los dioses de los pueblos vecinos, “por si acaso”, “para tenerlos contentos”. Muchos adoraban al Señor con un sentido “supersticioso”, intentando tenerlo a su favor por medio de sacrificios y ritos. Las relaciones fraternales que tenían que haber mantenido entre ellos, en cumplimiento de la alianza, acabaron por romperse: unos pocos se hicieron muy ricos a cosa de la mayoría y explotaron y oprimieron a los más débiles, a los que no tenían nada, a “las viudas y los huérfanos”.

Durante cuatro siglos, los profetas estuvieron denunciando al pueblo que habían roto la alianza y que Dios no iba a salvarlos del poder militar de las grandes potencias de su tiempo: Egipto, Asiria y Babilonia. Las ciudades israelitas fueron cayendo en poder de los enemigos, y cuando apenas se mantenía en pie la ciudad de Jerusalén, Jeremías es llamado por Dios, con gran tristeza para él, para anunciar a su pueblo que, puesto que se empeña en no hacer caso de Dios, y no se convierten a él sinceramente, sino que persisten en mantener la situación de injusticia e idolatría, Dios no se siente obligado a salvarlos. Van a ser derrotados, Jerusalén será destruida y sus habitantes llevados a Babilonia.

Los hechos se desarrollaron tal como había anunciado Jeremías, y él mismo, que había sido detenido por las autoridades de la ciudad, presenció cómo Jerusalén caía en manos de los babilonios (año 587 a.C.). Pero al cado de 50 años se cumpliría la segunda parte de su anuncio: el “resto”, aquellos que no habían perdido del todo su confianza en el Señor, se convirtieron de corazón a Dios, y pudieron regresar a su tierra y construir un nuevo templo. El pueblo de Dios nunca más caería en la idolatría.

2)    Nuestra vida

  • Hoy en día apenas quedan adoradores de ídolos como los que se mencionan en el Antiguo Testamento. Sin embargo, un “ídolo” es también cualquier imagen o idea equivocada de Dios, o cualquier otra cosa que puedan poner los seres humanos en el lugar de Dios, y a lo que “sacrificarle” la propia vida o la de los demás. En este sentido, ¿crees que hay entre los cristianos “adoradores de ídolos”? Si lo crees, piensa en algún ejemplo y explícalo.
  • La religiosidad “supersticiosa” o “mágica” está basada más en el temor que en el amor. Pretende tener a Dios contento, o comprarlo por medio de ritos o ceremonia, o incluso con un comportamiento “bueno”. La idea sería “yo te doy para que tú me des”. Si has observado alguna vez esta actitud entre cristianos por un ejemplo.
  • ¿Existen en el seno de las iglesias situaciones de injusticia? Si lo crees así, menciona algún ejemplo.
  • En tus relaciones personales con Dios, ¿has tenido alguna vez actitudes de idolatría o de superstición? Tus relaciones con los hermanos y hermanas de la comunidad cristiana, ¿están basadas en la justicia y en la fraternidad?
  • ¿Has experimentado alguna vez el sentirte “lejos de Dios”?


3    EL MENSAJE

Los profetas denuncian la situación de pecado en que vive el pueblo de Dios y lo llaman a la conversión.

A lo largo de varios siglos, los profetas denunciaron, de parte de Dios y “movidos por su Espíritu”, el incumplimiento de la alianza que Dios había efectuado con Israel en el Sinaí. Señalaron, a veces con peligro para sus propias vidas, los casos concretos de infidelidad a Dios por parte del pueblo, poniendo el dedo en la llaga de los “pecados” de Israel.

Pero los profetas no se detienen demasiado hablando de “los pecados” concretos de las personas, sino que los mencionan sólo como ejemplos de lo que es “el Pecado”: la falta de relación con Dios o una relación incorrecta (injusta) con él, que se traduce con una relación incorrecta con los hermanos y hermanas del propio pueblo de Dios. Por eso los profetas reducen todos los pecados en uno solo, la infidelidad a Dios, que se manifiesta de dos maneras: la idolatría y la injusticia.

La causa de que el pueblo (recordemos que se trata del pueblo de Dios, de los teóricamente creyentes) cometa “pecados”, actos concretos de infidelidad a Dios, está en que vive en una “situación de pecado”. En la práctica no conocen a Dios, no lo reconocen en sus vidas, en las cosas y situaciones de cada día. Dicen que creen en Dios, pero actúan como si Dios no existiera, separando (¡como si se pudiera separar!), la religión y la vida, incluso la fe y la vida. Por eso la religión (la palabra expresa simplemente la relación del ser humano con Dios) acaba siendo algo superficial, simples ritos carentes de sentido, doctrinas vacías que no tienen nada que ver con la vida, buenas acciones que se realizan por sentido del deber… La vida termina siendo “injusta”, “desajustada”. Pero así las cosas no pueden ir bien, y el ser humano no puede ser feliz.

Por eso los profetas no se limitan a “denunciar” el pecado, sino que predican la “conversión”: el ser humano necesita cambiar la visión que tiene de Dios, porque Dios no es nunca como nos lo imaginamos. Ahora bien, ¿cómo podemos cambiar nuestras imágenes falsas de Dios sin hacernos nuevas ideas equivocadas de él? Sólo hay una manera: conocer a Dios mismo que se nos da a conocer. Y para ello hay que salir a su encuentro, buscarlo, seguirle la pista, y será él quien nos encontrará a nosotros. Por eso los profetas, que son sobre todo personas que han conocido a Dios, porque Dios se les ha dado a conocer, los ha llamado y los ha enviado a hablar en su nombre, en su predicación nos señalan las “pistas”, las “señales” que Dios va dejando cada vez que interviene en las vidas de los hombres y mujeres que forman su pueblo. Recuerdan que fue Dios quien los sacó de Egipto cuando no eran más que esclavos, que fue él quien les dio la tierra en la que viven, que les ha dado todo lo que necesitaban en el momento oportuno (los ha “bendecido”), los ha salvado en situaciones de peligro… ¡Si con todas estas pistas no llegan a conocer a Dios…! Entonces Dios tendrá que volver a intervenir personalmente para que lo conozcan. Los volverá a poner en una situación de peligro extremo (el exilio en Babilonia) y volverá a salvarlos y a llevarlos a su tierra, para de nuevo empezar de cero.

¡Si ni siquiera así llegan a conocer a Dios…! Jeremías anuncia algo que él no alcanzaría a ver: una nueva alianza. Si por medio de la ley, que expresa la voluntad de Dios, el pueblo no ha llegado a conocerle, Dios mismo cambiará a su pueblo, cambiará a los seres humanos “por dentro”, en lo más íntimo de sí mismos (lo que la Biblia llama el “corazón”). Sin tener en cuenta los “pecados” de los hombres y mujeres, Dios va a liberarlos de la “situación de Pecado” en la que se encuentran, para que lleguen a conocerlo personalmente al experimentar su amor gratuito.

Dios es infinitamente más grande que el ser humano. El amor de Dios es infinitamente más grande que el pecado del ser humano. Y aunque el hombre y la mujer no pueden, por sus propios medios, conocer al Dios infinito, Dios, que es fiel a su amor por el ser humano, si puede darse a conocer al hombre y la mujer para tener con ellos una relación de amor.

  • Tenemos claro qué es la infidelidad, la idolatría y la injusticia. 
  • Hablamos acerca de la “situación de pecado” de la humanidad. 
  • Hablamos acerca de la conversión 
  • ¿Has experimentado alguna vez el encuentro con Dios? ¿Puedes compartir tu experiencia? 
  • Desde tu fe cristiana, ¿cómo crees que puede el hombre o la mujer conocer a Dios? 

La historia de las relaciones entre Dios y los seres humanos está llena de altibajos. El pueblo se aparta constantemente de Dios, una y otra vez, y Dios interviene constantemente para atraerlo de nuevo a él. Por medio de los profetas, que hablan y actúan en su nombre, Dios cumple su promesa de estar con su pueblo, y al mismo tiempo lo va conduciendo hacia el futuro que tiene preparado para él: establecer una nueva alianza con todos los pueblos y con todos los seres humanos por medio de su Hijo Jesucristo, “Dios con nosotros”, salvarnos de la situación de pecado en la que vivimos y darnos una vida de bendición en comunión con Dios y los unos con los otros.


Dios habló en otro tiempo a nuestros antepasados por medio de los profetas, y lo hizo en distintas ocasiones y de múltiples maneras. Ahora, llegada la etapa final, nos ha hablado por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas” (Hebreos 1,1-2)

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